“Quería un disco directo, rockero y potente”
“Si soy el líder de la banda es porque mis compañeros también me ubican en ese rol”, afirma Giardino.
El décimo trabajo de la banda fue compuesto de un tirón en una especie de retiro creativo que los músicos hicieron durante dos semanas en una quinta de Pilar, y luego fue grabado en Nueva York. “La época de grandes solos largos y virtuosos no es ésta”, define el guitarrista.
“Hubo épocas bravísimas en las que no me acordaba ni como había caído a mi casa. Borracho y todo, igualmente llegaba ileso, sin andar chocando autos. Era una época densa, vivíamos al borde de todo y quizá tuvimos suerte.” Walter Giardino picotea una ensalada mientras su mirada, escondida tras unos lentes de sol, recorre un pasado intenso en el Bajo Flores: “Muy pocas bandas hubiesen podido resistir el lugar del que salimos nosotros. Había drogas, alcohol, armas... lo que quieras. Si veías las condiciones en las que estábamos y la gente que nos rodeaba, creías que no íbamos a llegar ni la a esquina. Que íbamos a terminar todos presos, que nos iban a matar, o que nos íbamos a matar entre nosotros. Hay cosas que no se saben: nos ven como una banda pulcra y algunos, incluso, nos tildan de caretas, como si fuésemos tipos que salimos de lugares privilegiados y que no sabemos nada de la vida. ¡Se equivocan! Nunca quisimos hacer apología de esas cosas ni dar qué hablar por nuestras vidas personales”.
Si la vida de un artista se marca a través de sus obras, la de Giardino encuentra en Tormenta eléctrica un capítulo reivindicador. El décimo disco de estudio de Rata Blanca podrá causar simpatía, rechazo, respeto o indiferencia, pero lo que nadie negará es que este álbum indica el triunfo de una forma de concebir la música (como arte y como negocio) que lleva el sello inconfundible del guitarrista. A esta altura del partido, con semejantes cicatrices sobre el cuero, el líder de Rata ya no debería perder el tiempo en darle explicaciones a nadie. Ni por los hits radiales, ni por su ego furibundo, ni por un pasado que, asegura, ve “con un poco de ternura, porque las bandas que tienen treinta años están un poco condenadas a verse en videos viejos y reírse de sí mismas”.
“Quería un disco directo, rockero y potente. No tan complejo, aunque no por eso menos emotivo. Creo que hay una tendencia mundial de las bandas a intentar sonar más naturales”, explica Giardino. Tormenta eléctrica fue compuesto de un tirón en una especie de retiro creativo que la banda en pleno hizo durante dos semanas en una quinta de Pilar, y luego fue grabado en Nueva York en tomas directas. Bien crudo y visceral. “Rata está asociado con el power metal y esa imagen de leyendas y magia. Bueno, lamento decirles que este disco nada tiene que ver con eso. Diría que es una vuelta a la veta rebelde que nos caracterizó en nuestros comienzos”, apunta el guitarrista, quien también sentencia que “la época de grandes solos largos y virtuosos no es ésta”. El disco será presentado mañana a las 21 en el Luna Park (Bouchard y Corrientes), fecha central de una extensa gira que llevará a Rata Blanca por todo el país, y también por Bolivia, Chile y Uruguay.
–¿Cómo se hace para encontrar nuevos formas de componer en su estilo, cuando parece que todo ya fue dicho?
–La amplitud de gustos y la capacidad de desarrollar sobre diferentes texturas hace que se pueda ser diverso. Aunque tenga gustos muy marcados, siempre le escapé a la idea de dar vueltas sobre un mismo lugar. Hay grandes guitarristas que por eso se volvieron reiterativos. Y yo le tengo mucho miedo a quedarme encerrado en un perfil determinado.
–¿Le teme a sonar repetido?
–Es que el mundo cambia y nosotros también, entonces uno tiene que saber ser receptivo, porque las épocas te influyen. No podés abstraerte de lo que sucede alrededor, de tu día a día, y eso te lleva hacia una dirección. La época de Magos, espadas y rosas no es la de Tormenta eléctrica. No me saldría hacer un disco así ni aunque me lo propusiera. Lo interesante es saber que tenés una banda que banca dirigir la música hacia otro lado.
–¿Es fan del disco como concepto? Como paradigma de consumo parece estar agotado...
–Para mí, la cosa es más simple: las canciones son canciones y este disco tiene diez. Capaz que una da la vuelta al mundo, capaz que dos o capaz que ninguna. Vivimos en un mundo de canciones. No pasa más nada que eso. Sucede que en otra época, la movida espiritual era distinta y tal vez predisponía a adorar al disco como un todo. Pero hoy ya no se vive de esa manera. La velocidad y la fugacidad también cambian los paradigmas del consumo de la música. Es como comer algo rico saboreándolo... o devorándolo. Cada uno vive como quiere, pero las canciones hacen su camino. Y cuando sirven, se asoman.
–Tormenta eléctrica es editado de manera independiente, tiene un arte de tapa bidimensional e incluso hay una versión digital. ¿Se interesa por las cuestiones comerciales de la banda?
–Por supuesto. Son decisiones en las que intervengo. Decidimos sacar el disco por nuestra cuenta no porque sobraran las ganas sino, más bien, porque faltaron propuestas serias. Siempre estoy abierto a las opciones, pero cuando veo que la otra parte sólo se beneficia y no reinvierte en el crecimiento, me da un poco por las pelotas. Rata es una banda que toca en todo el continente y necesita promoción, pero ellos deciden quedarse con todo el negocio y vos seguís en el mismo lugar. Entonces preferimos hacerlo por nuestra cuenta y ver qué pasa. Nos juega a favor el hecho de ser un grupo conocido y con un público dispuesto comprar el disco. La historia de las grandes bandas argentinas demuestra que es mejor estar solo que mal acompañados. Los Redondos hicieron el mejor negocio de sus vida cuando decidieron ser independientes. Fue una jugada perfecta y es groso que lo hayan visto hace tantos años.
–Pero ser independiente requiere estar atento a cuestiones que un artista, por lo general, prefiere delegar...
–Sí, pero lo que vos no atendés, se lo lleva otro. Literalmente. Es lo que pasa con casi todos los músicos argentinos. Los de las discográficas tienen quintas, camionetas, barcos... y los músicos están ahí, tratando de llevar a cabo su milagro. ¡O de ver si el manager los invita a comer a su quincho! Y eso te da bronca, porque el músico es el potencial del mercado. Se editan discos, aparecen radios, se venden guitarras, pero el músico es el último de todos. Y te cansás. Si va ser así, entonces prefiero que no se la lleve nadie. Hundamos el barco nosotros, si es necesario.
El héroe colectivo
Rata Blanca vende discos, gira por todo el continente y, a lo largo de casi treinta años, lleva acumulado un capital impresionante de prestigio y seguidores. Para que eso fuera posible, fue necesario que la banda creciera... y explotara. Ocurrió a fines de los ’90, una década de la que pocos salieron indemnes. “Estábamos en un bólido. Era todo una locura y podía terminar mal en cualquier momento. Nos apoyamos en la música y en nuestras familias, así pudimos zafar”, explica Giardino, al otro lado de la tormenta.
Aunque el guitarrista es el líder natural de Rata, esos años de locura y expansión están asociados también al nombre de Adrián Barilari: el grupo se popularizó con su entrada y, del mismo modo, se frenó con su salida. “Adrián vivía en un mundo completamente diferente al de Rata. Había tenido un hijo, estaba prácticamente retirándose de la música, y su ingreso a la banda fue una hecatombe mental y personal para él. Hoy vive de Rata, como todos nosotros, pero en ese momento no estaba muy claro lo que podría suceder. Había que jugarse el cuero”, explica Giardino. El cantante ingresó en 1989 para reemplazar a Saúl Blanch, grabó la exitosa trilogía Magos, espadas y rosas, Guerrero del arco iris y El libro oculto, y renunció a fines de 1993. Rata continuó a los tirones hasta que Giardino decidió un parate en 1997.
El grupo volvió en 2001, aunque con otra dinámica. “Yo dirijo y ordeno, pero arriba del escenario somos cinco. Lo que se hace o deja de hacer tiene que ver con ese método, porque así funciona de la mejor manera”, dice Giardino, aunque aclara que Rata (a diferencia de lo que muchos suponen) no es su proyecto solista. Y ofrece ejemplos: “Es como AC/DC, donde Angus Young dice ‘suban, bajen, vamos para allá’. El es el director de la orquesta pero, ¿quién puede negar que es una banda? Los dos cantantes, uno mejor que el otro, hicieron su trabajo y tuvieron protagonismo. Lo mismo en Kiss con Gene Simmons y Paul Stanley, dos monstruos. Cada grupo tiene su impronta, y si soy el líder de la banda es porque mis compañeros también me ubican en ese rol”.
–En los últimos años se animó a invitar a viejos compañeros, como Saúl Blanch, Sergio Berdichevsky y Gustavo Rowek. ¿Necesitaba reconciliarse con su pasado?
–Hay épocas de Rata que valoro y otras que no tanto, porque las cosas no funcionaron de la mejor manera. Con Rowek y Berdichevsky nos queremos mucho, entonces el reencuentro fue más fácil. Y lo de Saúl me alegró mucho, porque la idea era que disfrutara a Rata en una dimensión que él no había llegado a vivir. El problema que tuvimos con él en su momento fue estrictamente generacional. El era más grande, tenía una familia y debía mantenerla. Y nosotros... estábamos en cualquiera. Solo queríamos tener una banda de rock y salir a tocar por donde sea. El no podía estar en esa posición y el grupo lo fue dejando atrás, esa es la verdad. También es cierto que, gracias a él, pudimos grabar nuestro primer disco. De otro modo, tal vez ni siquiera hoy estaríamos acá.
–En toda esa serie de shows se notó que había buena onda entre todos ustedes. No se trataba únicamente de un arreglo económico...
–Es que lo disfrutamos mucho. Me reencontré con los viejos de mis amigos, sus familias y gente que no veía desde hace tiempo. Nunca me voy a olvidar de donde vine: del Bajo Flores. Hace varios años tomé la decisión de mudarme a Madrid porque es un buen lugar para aislarme un tiempo, pero aunque desde afuera parezca que tengo aires de rockstar, la realidad es que vengo mucho a la Argentina y vivo el país intensamente. Me gusta estar en contacto con el público y recibir buena onda. Lo necesito. Mi cama está allá, pero mi carrera está acá.
–¿Cuál es la clave para disfrutar las largas giras y no padecer aquello que en los ’90 los agotó?
–La clave es que nos gusta tocar, lo cual no es un dato menor. Porque las giran son bravas, y terminás detestando a los aviones y los aeropuertos. El que peor la pasa es Guillermo Sánchez (el bajista), que odia volar. ¡Encima está desde el principio, así que se los comió a todos! Después, cada uno ocupa sus espacios. Somos compañeros de trabajo y no forzamos situaciones de amigos. Comemos juntos y nos reímos... o no. Pero dentro de un marco favorable. Somos una banda picante, pero bien. Nunca protagonizamos escándalos ni resolvimos nuestras cosas a las trompadas. Eso sí: cuando subimos al escenario y se apagan las luces, la banda flota.
Fuente : pagina12.com.ar
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